“Hay algo que no comprendo, si todos los seres humanos son hijos tuyos, ¿por qué hacen maldades?”
Y Miguel se dispuso a escuchar la respuesta de Dios, pero el Tata simplemente cambió de tema:
-¡Qué ricos duraznos compró tu mamá ayer, Miguel! No te imaginás cómo experimenté el dulzor de ese durazno que te comiste.
-¡Qué vas a experimentar, Tata, si lo dejé casi todo! Estaba podrido, ¿no te diste cuenta?
-¿Se estropeó mucho el carozo, Miguel?
-Parece mentira que tenga que explicarte esto. Vos te ocupás de cosas demasiado elevadas y después no entendés las cosas más simples. El carozo es duro y el gusano no puede con él.
-¿Acaso guarda la semilla?
-¡Bingo, Tata!, y ahora volvamos a lo nuestro: ¿por qué los hombres hacen maldades si son hijos tuyos?
-Pero si ya te respondí, Miguel, más aún, lo respondiste casi todo vos.
Y Miguel no tuvo más remedio que sumergirse en su cielo interior, para que su corazón le dijera qué es lo que le había querido decir su Tata.
«¿El hombre es como un durazno sano al que le entran los gusanos de sus propias maldades? ¿Y la semilla? ¡La semilla sigue intacta!»
-Dentro de cada ser habito Yo, Miguel. Y nada puede tocarme. Yo Soy esa semilla dentro de todos los seres, con todas las cualidades del Amor. En algunos soy una semilla o luz muy enorme y resplandeciente, en otros apenas una llamita, pero siempre encendida…
De «El libro de Miguel», de Elsa Rossi («Nosotros dos»)
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